Palentinitis y madrilofobia
Yo soy un enfermo que padece ambas cosas. Soy un enfermo de mi tierra, y la tierra que me acoge de prestado me hace caer enfermo. Suena parecido, pero es justo lo contrario.
El proceso que me lleva de una a otra dura unas tres horas y cuarto en autobús, algo menos en coche. La noche anterior, como si del previo a una operación quirúrgica se tratara, uno ya no duerme bien.
Se pasa de un estado a otro irremediablemente, y el cambio pocas veces es para bien por múltiples razones: se pasa de la máxima tranquilidad al agobio más asfixiante; del paseo al abono de transportes; de los días de 24 horas a los días de 21; del tú al tú al nadie conoce a nadie; del trino de los pájaros al graznido de monstruosas aves negras que espantan a los jilgueros; del aire fresco a las partículas cancerosas; de las copas a 5 euros a los garrafones de 7; de los pisos por 250 euros a los 250 euros por persona en el piso; del palentinismo al Madrid pseudo-multicultural con tintes racistas y mafiosos; de la compañía a la soledad espiritual; de la seguridad a la inseguridad; de los "chungos" de barrio a los matones de guante blanco; de las pandillas a los ajustes entre bandas; del olor a comida hecha en casa al rancio de las frituras de bar y ensaladilla de medio pelo; del ruido de la calle al estruendo de sirenas... De Palencia a Madrid.
Síntomas: pulso acelerado, sudoración, insomnio, melancolía, agobio, debilidad. Es lo que tiene querer tanto a Palencia, que uno, al final, cae enfermo de palentinitis. ¿Mi pastilla? Saber que puedo volver.
El proceso que me lleva de una a otra dura unas tres horas y cuarto en autobús, algo menos en coche. La noche anterior, como si del previo a una operación quirúrgica se tratara, uno ya no duerme bien.
Se pasa de un estado a otro irremediablemente, y el cambio pocas veces es para bien por múltiples razones: se pasa de la máxima tranquilidad al agobio más asfixiante; del paseo al abono de transportes; de los días de 24 horas a los días de 21; del tú al tú al nadie conoce a nadie; del trino de los pájaros al graznido de monstruosas aves negras que espantan a los jilgueros; del aire fresco a las partículas cancerosas; de las copas a 5 euros a los garrafones de 7; de los pisos por 250 euros a los 250 euros por persona en el piso; del palentinismo al Madrid pseudo-multicultural con tintes racistas y mafiosos; de la compañía a la soledad espiritual; de la seguridad a la inseguridad; de los "chungos" de barrio a los matones de guante blanco; de las pandillas a los ajustes entre bandas; del olor a comida hecha en casa al rancio de las frituras de bar y ensaladilla de medio pelo; del ruido de la calle al estruendo de sirenas... De Palencia a Madrid.
Síntomas: pulso acelerado, sudoración, insomnio, melancolía, agobio, debilidad. Es lo que tiene querer tanto a Palencia, que uno, al final, cae enfermo de palentinitis. ¿Mi pastilla? Saber que puedo volver.
3 comentarios:
Afortunadamente unos pueden volver, y esa es su "pastilla" de todos los días; otros hemos desechado tal posibilidad y la única posibilidad es volver, pero sólo por vacaciones.
Con el tiempo se nos concerá por ser unos desarraigados, y no pertenecer ni a la tierra que nos vió crecer, ni en la que vivimos.
Me ha gustado mucho tu artículo, pero yo no soy tan radical. Cada lugar tiene sus encantos, aunque siempre es más difícil acostumbrarse a Madrid procediendo de una ciudad pequeña. Yo, cuando vivía en Madrid, quería volver a Palencia; y una vez instalado de nuevo en Palencia, ardo en ganas de volver a Madrid. Conclusión: deseamos siempre lo que no tenemos
Que Palencia es una ciudad que presenta muy pocas posibilidades de futuro para los jóvenes palentinos es una realidad que conocemos desde hace tiempo... y muy poco se ha hecho por cambiarla. Por eso a muchos, aunque nos pese, no nos queda otra alternativa que dejarla atrás. Anónimo, anda que, medio en broma, no me han llamado pocas veces ni nada "madrileño".
Víctor, lo que dices es cierto, pero te aseguro que estas últimas vacaciones de Navidad (y en las últimas de verano) he disfrutado tanto que no me he acordado para nada de Madrid. Madrid es como la tele: puedo vivir sin ella y morir muy tranquilo.
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