Palencia, lugar de vacaciones
Hace algunos años, ¡quién me iba a decir que Palencia, mi ciudad natal, fuera a ser mi destino de vacaciones! Pues este año lo ha sido. Este mes de agosto ha dado mucho de sí. Ha sido una terapia diferente, una forma de reencuentro, de desconectar de todo y de apreciar lo que es verdaderamente bueno.
Un buen ejercicio que acostumbro a hacer es justo antes de que cierre la puerta del tren tomar una buena bocanada de aire y respirar hondo. Nunca sabes cuándo puede venir bien un poco de oxígeno en la capital gris de España. Suena el pitido dentro del tren que indica que el Regional se pone en marcha. Una última mirada a través del cristal, y adiós Palencia, adiós. En un instante queda la ciudad atrás y, con ella, los recuerdos. Aún quedan en pie las casetas que han vuelto a dar vida a nuestra ciudad, los jóvenes que apuran sus últimos días de vacaciones, los mimos y pintores de la Calle Mayor, la generosa cantidad de ferias (libro, artesanía, expo-aire...) que atraen a muchos curiosos, el recinto ferial...
Me he marchado, pero con buen sabor de boca, con ese sabor a fiesta. Mañana sábado, me acordaré de San Antolín, del nuestro. Y en el recuerdo, mi familia y mis amigos, que son los que de verdad te hacen disfrutar de unas vacaciones fabulosas en Palencia. No hay nada mejor que disfrutar de Palencia con sus gentes. El que viene, siempre repite. Algo tendrá.
Tres horas y cuarto después llega el tren a Chamartín. Y al bajar, lo de siempre: miradas frías, gente que se atropella, malos humos, frialdad y esa sensación de estar perdido en una ciudad que puede llevársela el diablo cuando quiera.
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