Palencia Entre Líneas

Cuatro apuntes sobre un sentimiento y una forma de vida: la nuestra. Palencia existe, se ve, se toca y se disfruta. Es un modo de vida.

22 abril 2008

Alguna de las buenas costumbres

Cuatro de la tarde. Es la hora del café. Sobre cualquiera de las dos puertas de cristal, siempre el cartel del partido del Palencia, alguno de la Asociación de Vecinos, el de algún partido televisado y el de alguna porra dan la bienvenida al bar. Si es domingo, las mesas en disposición de partida. Torneo de Tute, Torneo de mus: los tapetes, las barajas, los amarracos, los trocitos de papel sobre los que irán los números de la partida. Ambiente de domingo, huele a puro. La televisión grande, en una esquina: 19 horas, Real Madrid - Osasuna; La otra tele, la más próxima a la barra, con los últimos retales del telediario.
Por esa hora no hay más que un par de mesas ocupadas y apoyada sobre la barra gente que, sola, o con alguna buena compañía, baja a tomarse el café, el licor después de la comida, o un buen vaso de vino, aunque no parezca la hora más adecuada. Allí se saludan entre ellos. Son vecinos, amigos, conocidos... que si no han bajado por la mañana o a la hora del vemut, comparten su consumición con las hojas del Marca o del Palentino, sin parecer un extraño.
Siempre hay algún vínculo, incluso casual, que te une con alguno de los que está presentes en algún momento. Si eres de confianza, siempre eres bien recibido. Nunca una mala cara o un mal gesto. Eres ya uno más, uno de la familia.
- ¿Qué tal todo?
- Bien, bien...
Con una sonrisa, es suficiente, no en todas partes te miran a los ojos cuando pides algo. Además, raro es que, al pasar por el bar, si están echando la persiana, no te den las buenas noches con un "hasta mañana". De precio, normalito, que también se agradece: 1 euro el café.
Quizás el hecho de estar en un barrio apartado le da ese toque de ser algo muy de cada uno, donde van los de siempre y pocos más. Donde cada cliente tiene nombre, apellido o mote. Para muchos, su segunda casa. El bar que intenta hacer desconectar a uno de una jornada de trabajo o un capítulo de la vida sin muchos sobresaltos. Los ojos de Juan, o los de su chaval, como testigos detrás de la barra de cada copa o cada vaso, cada gota de licor que pasan por nuestra boca en el ambiente que ya es como de toda la vida. Es agradecido pasar un rato allí.
Alguna tragaperras, la máquina de las bolas, la del tabaco, el cartel de la porra, la terracita en verano, los billetes de lotería, el arcón de los helados. Lo tienen casi todos los bares, pero lo de este hasta se antoja único.
- ¡Gracias, Juan! ¡Hasta luego!
Y cuando alguien tarda el volver, o no retorna para siempre, su ausencia se deja notar.

10 abril 2008

Dónde nos dejamos los cuartos

Cuando uno estudia sus primeras nociones de Geografía le enseñan lo que es la inmigración y la emigración, y que éstas son de dos tipos: la interna y la externa. La interna se refiere a movimientos migratorios de población dentro de un territorio. Soy, por lo tanto, un inmigrante en Madrid. O, si se prefiere, un "panchito" español, con la única diferencia que ir a ver a mi familia me cuesta unos 15 euros y estoy a algo más de tres horas de viaje. Y los papeles de allí me valen para seguir aquí.
Siempre que me dejo caer por Palencia, por si alguien no se ha dado cuenta aún, siento cierto placer. Además, últimamente, uno de mis quehaceres habituales cuando vuelvo a mi tierra es ir de compras. No necesariamente para traerme en la maleta un buen queso del Cerrato o un generoso puñado de patatas de La Ojeda, por ejemplo, que podría, y a veces lo he hecho, pero no es ése el caso. Lo hago porque me gusta comprar en Palencia. Sencillamente porque me produce mucha más satisfacción que dejarme los dineros en los comercios de Madrid. Cuando uno se pregunta qué puede hacer por Palencia cuando vive fuera, una de las respuestas las encuentro en el simple hábito de comprar en los comercios palentinos. Cuando las asociaciones de comerciantes luchan sin tregua por mantener con vida los pequeños comercios, cuando luchan por evitar que los palentinos se vayan al Corte Inglés de Valladolid, etc, aquí estoy yo dejándome los cuartos en las tiendas de Palencia.
Como mi emigración es interna, no necesito mandar dinero a mi familia, ni a mis paisanos. Pero me enorgullece ganar dinero de una empresa cuyo centro está en Madrid y que, en una cierta parte, va a parar al mercado local palentino: desde la típica tienda de regalos, el billete del autobús, hasta la tienda de frutos secos del barrio. Me gusta. Incluso cuando compro en las típicas cadenas comerciales (Zara, SPF, Carrefour...) uno contribuye modestamente a que se haga caja y esa tienda evite cerrar, que aunque los beneficios no sean en ese caso para ningún empresa palentina, sí lo sean para que los palentinos que trabajan en ella puedan mantener, si la empresa lo permite, su empleo y sueldo.
Reconozco no haberme cortado el pelo jamás en Madrid, siempre voy a ver al bueno de Jesús, que conoce mis pelajos desde que iba al colegio. Y que Centro Comercial más bonito se encuentra en la Calle Mayor de Palencia (y aledaños), al aire libre, con siglos de historia a sus espaldas. Y que las librerías Alfar o la "Amarilla" nunca perderán el encanto que les proporciona tanta cantidad de libros y ese "tú a tú" con el que siempre te han atendido. Y que tomarse una copita "en vaso grande" por algo así como 4 euros... visto lo visto, el placer va más allá de saborearlo.
En ese sentido, uno es afortunado de seguir teniendo Palencia como punto de partida. Un día tuve que emigrar, pero tenerla tan cerquita siempre es un privilegio. Y, aunque sea para, en un futuro, pasar mis últimos días, siempre me queda la esperanza del "panchito": «volver allá algún día, y que la situación haya mejorado».