Pequeños ejercicios de democracia escolar
IMAGEN: CP Ciudad de Buenos Aires
Me he estado acordando estos días post-electorales de lo fácil que lo hacíamos todo cuando éramos niños.
Me he estado acordando estos días post-electorales de lo fácil que lo hacíamos todo cuando éramos niños.

Elegir al delegado era una tutoría muy importante porque duraba todo el curso. Y los resultados dejaban, generalmente, satisfechos a la gente, aun cuando la votación hubiera sido tanto o más apretada que la que hay ahora con el 'cuatri-multi-partito' de las últimas generales. Claro que, en nuestras clases, no había gobierno y oposición, sino delegado y subdelegado. Los dos trabajaban juntos y daban la cara por los compañeros.
Después, en el Instituto, el proceso era el mismo, pero los criterios cambiaban. Quizás, sacar buenas notas no era suficiente. Quizás, bastaba la popularidad o tener más carisma que el resto. A medida que nos acercábamos a los 16 años, podíamos encontrarnos con un delegado que encontraba sus intereses lejos de las clases y el subdelegado acababa siendo delegado en funciones hasta el mes de junio. Si acaso, había que elegir a un tercero, por si acaso. Pero todo muy democrático.
Además, cada varias semanas se hacía una reunión de delegados con el Jefe de Estudios, a modo de Consejo de Ministros.
Después, en la Universidad, el proceso se degrada hasta el punto de que las clases se quedan sin delegados, o el profesor, con las prisas de encargar a un responsable de unas fotocopias, elige a alguien a dedo, con el caos que suponen las clases universitarias: desconocimiento de los compañeros durante las primeras semanas, alumnos itinerantes, repetidores de todas clases y estilos... Las condiciones, imposibles para una gobernabilidad adecuada. Y nadie se quejaba.
Es como si, según nos acercáramos a los 18 años, esa votación casta, pura y responsable de años atrás se fuera desvirtuando. Quizás por eso, ahora mismo, no me sorprende nada de lo que está pasando.
Es como si, según nos acercáramos a los 18 años, esa votación casta, pura y responsable de años atrás se fuera desvirtuando. Quizás por eso, ahora mismo, no me sorprende nada de lo que está pasando.
Gracias a doña Charo, a doña Pilar, a don Pablo o a doña Paulina por enseñarnos, siendo niños, algo que, dicen nuestros padres y abuelos, costó tanto traer a nuestro país.