Las 'masterchefadas' y demás sucedáneos de éxito en televisión nos recuerdan, curiosamente, la importancia de la vocación a la hora de hacer el trabajo que nos gusta. Y ese trabajo, que con pasión puede ser bonito, no deja de ser duro. La hostelería, desde el que cocina hasta el que está detrás la barra, es una profesión llena de dureza, y Palencia está llena de ellos.
Muchos son hosteleros 'de toda la vida'. Todos, por diversas circunstancias, un día empezaron, aprendieron y no han querido o no han sabido dejarlo. De toda la vida, meterte tras una barra era el destino perfecto para quien no quería estudiar. Para servir refrescos, cafés y copas, tomar comandas o prepararlas, basta un jefe que enseñe cómo se hacen las cosas. Incluso para la cocina sobra que alguien enseñe a hacer las cosas, aunque ahora la ciencia infusa que lo rodea lleve a másteres y otros menesteres académicos.
Por mucha vocación que pueda haber, la hostelería suele conllevar en el trabajo tensión, proveedores, vida desordenada, madrugones y madrugadas, y broncas como forma de relacionarse. Todo sea por la "felicidad del cliente", que es la que lleva el dinero a casa.
Me llaman la atención los bares de barrio, alejados del objetivo de las Estrellas Michelín, con sus tapas de barra, donde suele reunirse gente del mismo barrio, puntos de encuentro en los que otros muchos 'curritos', como los propios camareros, y un puñado de parados se reúnen para ver el fútbol, echar la partida, saludarse, ver la prensa local y deportiva o ver la tele en lo que echan su trago de café con gotas, su cerveza, su chupito de media tarde o su cubata a tres o cuatro euros, antes de subir a casa o cualquier otra circunstancia que les lleve hasta ahí, como tiempo y medio de desconexión de su vida.
En esos pequeños locales, el sacrificio es constante, con familias que acaban involucradas en el día a día del pequeño empresario. El camarero hace, en algunos casos, de psicólogo, de máquina del cambio, de banquero, de guardia civil en su bar, de consejero espiritual, de guardián de secretos, de limpiador, de relaciones públicas, de amigo, de colega, de conocido. Luego llega a casa, y a él, ¿quién le entiende? Unos hacen más dinero y otros, menos. Acaban por no conocer otra forma de vida.
Empatizo con los camareros (he conocido un buen puñado de ellos), y les comparo con los periodistas: somos un poco 'secta', nos entendemos entre nosotros, tenemos todos los vicios, trasnochamos, nos refugiamos entre nosotros, vivimos en nuestro mundo paralelo al mundo que vemos normal, en el que la gente hace cosas normales, tiene vidas normales, vacaciones normales, sueldos normales y todo más normal desde nuestro punto de vista. Los camareros recomiendan a sus hijos que nunca sean camareros como los periodistas recomiendan a sus hijos que nunca sean periodistas.
Precisamente en los bares, cuando conversas con gente de ese mundo normal y te cuentan la película de sus vidas y sus trabajos, es cuando te das cuenta de que no estamos tan distanciados, y el que más o el que menos, viene con su pedrada de serie. Lo mejor que puedes hacer es escuchar a tus amigos, y no olvidar ser amable con esa persona de detrás de la barra.